Urueña, la villa ilustrada
La semana pasada llegó el ADSL. Noticia de portada. En Urueña no hay periódico, ni siquiera kiosco, pero la gran novedad se anuncia en el mesón de la plaza; y lo repiten Michel, el músico, y Jesús, el librero de toda la vida, y Joaquín Díaz en su despacho, bajo una luz tenue y cálida que se pierde entre las canas de su barba abundante. Una imagen que parece decir: «Silencio, se habla». Se medita. Se devana el ovillo de la historia. Joaquín llegó con las maletas a esta colina amurallada del corazón de Castilla el último día de 1988. «Me instalé en otra casa, mientras se hacían las obras aquí. No tenía calefacción, y el viento soplaba de una forma terrible. Por la mañana, en la calle, alguien me dijo: “Ay, si eso no es nada. Cuando sopla de verdad se lleva las tejas”».
Joaquín Díaz, folklorista, había conocido Urueña a principios de los 70, durante una grabación para la televisión. «Era una ruina noble, que se había salvado de los atropellos urbanísticos de los sesenta porque aquí no había dinero». Le encantó. Pero él andaba entonces tras esos sueños que siempre han guiado su vida: encontrar un público que amara lo tradicional, en su época en los escenarios (1967-1976); recorrer las aldeas y entrevistar a los lugareños en busca de sus músicas y costumbres; y, al cabo, demostrar que los pueblos tienen posibilidades de vivir si se invierte «un poco» en ellos. Por eso volvió a Urueña, para montar su Centro Etnográfico, inaugurado en 1991, en La Mayorazga, una casona del XVIII. Allí vive hoy, junto a 16.000 libros, 6.000 pliegos de cordel, miles de horas de grabaciones, unas mil aleluyas (historias contadas con viñetas), cientos de cancioneros desde 1850 a nuestros días…
«Al principio, bajaba a barrer la calle a las seis de la mañana, para que no me viera nadie. Y los amigos me llamaban y me decían que estaba loco, pero yo era consecuente con una forma de ser, una actitud que quizá haya podido resultar contagiosa», afirma. Seguro que sí. «La primera Villa del Libro española está en Urueña en parte por él, porque había otras alternativas», admite Pedro Mencía, director del centro cultural, museo y área de investigación E-Lea. Y muchos de los forasteros que han comprado casa lo han hecho atraídos por su imán. Michel Lacomba (bajista con Eliseo Parra, Aute, Suburbano, Luis Pastor) y Rosa Munguía vinieron hace cinco años para montar su estudio de grabación (Barlovento). Lo enseñan orgullosos. «Es maravilloso. El silencio te deja apreciar los sonidos de verdad, el viento, el aleteo de los pájaros al atardecer», saborean las palabras.
A Urueña le va como anillo al dedo el sonido de un chelo junto a las murallas, la conversación, la puesta de sol sobre la inmensidad de Tierra de Campos, un poema de Antonio Colinas: «¿Conocéis el lugar donde van a morir / las arias de Händel? / Está aquí, en el centro del centro de Castilla». Algo de todo eso, y (siempre) Joaquín, atrajo también a Jesús Martínez, el primer librero de Urueña. «Este era el pueblo más pequeño de España con librería, la mía, Alcaraván», comenta divertido. A principio de los noventa, Jesús, empleado de la Tienda Verde en Madrid, viajaba de cuando en cuando a Valladolid para comprar la revista «Folklore», dirigida por Joaquín Díaz. Un día preguntó dónde vivía, y le dijeron que en Urueña. Así descubrió el pueblo, así maquinó el plan de huida de Madrid. «Fue en 1993. Al principio había fines de semana en los que no venía nadie».
Jesús Martínez no sabe cómo le va a afectar la repentina invasión de libreros, diez aventureros instalados a partir de ahora intramuros, dentro del proyecto Villa del Libro que ha puesto en marcha la Diputación Provincial de Valladolid y que gestiona Turisvall. Pero, con tres lustros de experiencia, deja un consejo en el aire: «Aquí hay que pasar dos inviernos». Sabe de lo que habla. Del frío. De la soledad. Del viento que fustiga la colina. De las noches largas. «Claro que es una locura», admite Miguel Ángel Delgado, de treinta y tres años, propietario de la librería «Alejandría», uno de los recién llegados. «Mire, soy el único librero de antiguo en Valladolid; si no estuviera loco, no tendría ni siquiera ese espacio físico, y tampoco éste. Vendería por internet, como muchos de mis colegas». Delgado se ha especializado en libros de arte, dadaísmo, surrealismo, poesía visual, en Gómez de la Serna o Julio Cortázar, en Picabia, y en presentar esos volúmenes con un evidente detenimiento en la estética.
La Villa del Libro ha hecho mucho ruido al nacer. 3.600 visitantes el primer fin de semana. «Es un híbrido entre turismo y cultura —opina Pedro Mencía, que se subió al proyecto en marcha, hace unos meses—. Y yo creo que el comercio muy especializado de productos culturales en entornos singulares tiene muchas posibilidades de éxito». El escenario cumple con la premisa. Urueña, Conjunto Histórico-Artístico, es una fotografía bien conservada del Medievo, de cuando se levantó el castillo (Alfonso I «El Grande»), fue cabeza de merindad del infantazgo de Valladolid (Sancho II «El Fuerte»), se fortificó (Sancho III «El Deseado»). Al caer la tarde, cuando Joaquín Díaz nos acompaña por las calles, el personaje y la villa se confunden en el tiempo.
Amancio Prada, que se acaba de comprar y rehabilitar una casa, y Luis Delgado (La Musgaña, Cuarteto de Urueña, especialista en cancionero andalusí), que trajo aquí su colección de instrumentos musicales, también aluden a la amistad con Joaquín Díaz. «Viví en Lavapiés; luego, en Torrelodones, y, desde hace una década, en Urueña. Cada vez más lejos de la ciudad», decía Delgado mientras preparaba el concierto que ofreció ayer en Berlín con motivo del cincuenta aniversario del Tratado de Roma. «Hemos vivido un ritmo de crecimiento lento, en el que algunas iniciativas tenían éxito y otras fracasaban; por eso surge un cierto temor a la irrupción de demasiadas propuestas juntas, a crear un parque temático».
Fernando Gutiérrez y Rosa de Miguel también huyeron de Madrid, en el caso de Rosa tras hacer un curso de encuadernación en el centro cultural Conde Duque. «Queríamos irnos, y estábamos mirando por Soria, pero supimos de Joaquín a través del escritor Avelino Hernández», recuerdan. En septiembre de 1993 abrieron el taller de encuadernación que ahora se disponen a reformar y ampliar, en el que esta mañana reparan un lomo con el mimo de los artesanos. Con una dedicación como la de Concepción García, quien descubrió la caligrafía hace cinco años y que ahora forma parte de la Asociación Alcuíno, grupo que participa en el proyecto «Villa del Libro». «Queremos recuperar la atmósfera del scriptorium, las plumas de ave, los monjes, el pergamino. En la sociedad del e-mail y del “control z” creemos que esto tiene un valor».
Concepción, sobre la Villa del Libro, dice: «Un poco utopía, pero ¿por qué no?». Pilar Verdú, valenciana, periodista, impulsora de Efecto Violeta Ediciones, encargada tres años de las actividades culturales del Instituto Cervantes en París, supo de Urueña por internet, presentó un proyecto basado en la cultura mediterránea y lo ganó. Ahora tiene librería y una casa recién comprada, síntomas de un flechazo a primera vista. José Antonio Largo y su esposa, Esperanza, tenían Urueña más cerca. Trabajan en Valladolid. Ella al frente de la «Boutique del Cuento», él como profesor de Historia. La atmósfera que persiguen tiene que ver con los cuentos de Calleja, con desplegables y troquelados, con las ilustraciones de Roberto Innocenti. En cuanto al negocio, «con no perder…».
Los cinco libreros de la Asociación Alvacal que comparten local en Urueña tampoco esperan ganar dinero. «Creemos que una iniciativa de estas características debe reflejar todos los mundos del libro, desde el actual a los incunables o la segunda mano», dice Felipe Martínez, presidente de esta asociación de veintidós libreros de viejo. Felipe cree que hay bibliófilos, bibliópatas (gente capaz de grandes esfuerzos por conseguir algo) y curiosos, «que no vendrán necesariamente por los libros, pero que, una vez aquí, pueden comprarlos». Esa es la idea del principio. La de Joaquín Díaz se resume así: «Me gustaría reivindicar un crecimiento razonable para Urueña, pero también la soledad y el silencio como generadores de esa atmósfera imprescindible para la serenidad del razonamiento
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