La vuelta al mundo

domingo, septiembre 17, 2006

Dresde, el gran tesoro de la vieja Europa

Angela Merkel visitó estas salas barrocas, abarrotadas de color, el pasado día 1. Al día siguiente, las puertas de la caja fuerte/museo se abrieron para un grupo de octogenarios y nonagenarios que habían conocido la Bóveda Verde de Dresde antes de que fuera destruida por las bombas en el cabo de la Segunda Guerra Mundial. El día 15, las veinte mil personas que ya han comprado su entrada empezarán a desfilar por la lujosísima cueva del tesoro de Augusto el Fuerte, reconstruida detalle por detalle según su aspecto original.
Al comienzo del verano, mientras los restauradores sacaban los últimos brillos, Christiane Heyn, una de las representantes del museo, recorría las instalaciones con unos pocos periodistas españoles. «Cuando esperas tu turno ante el detector de metales, tienes la impresión de entrar en la caja fuerte de un Banco», decía, fascinada por el resultado del trabajo: diez salas, 1.200 metros cuadrados y tres mil obras de inmenso valor al alcance de los ojos... y de las manos, porque el museo tomó la decisión de no disimular su belleza tras el velo de un cristal, lo que ha multiplicado por mil las medidas de seguridad.
Las riquezas que vuelven a exponerse ahora en todo su esplendor proceden en su mayor parte de la pasión coleccionista de Augusto II el Fuerte (1670-1733), elector de Sajonia, Rey de Polonia y, además, un excéntrico bon vivant, amante de las artes, de la belleza y del coleccionismo de objetos. Los perseguía con infatigable dedicación por todo el mundo, hasta que lograba verlos en las estanterías de las habitaciones o en las cámaras del tesoro de sus palacios. Dicen que su visita al Palacio de Versalles, en su juventud, cambió su forma de hincarle el diente a la vida.
Dresde, la capital de Sajonia, al noreste de Alemania, fue la gran beneficiaria de la facilidad para gastar dinero y apadrinar artistas que tenía Augusto. En su intención siempre aleteó la idea de hacer de su ciudad una capital de primera división, una joya urbana bañada por el Elba en la que, poco a poco, creció un casco histórico a la altura de las obras maestras que iba acumulando su elector. Joyería, orfebrería, vasijas con piedras preciosas, estatuillas de bronce, miniaturas de ámbar y marfil... Una sobredosis de lujo y belleza que terminó en el museo abierto en la planta baja de la Residencia de Dresde, un conjunto de salas ideado para asombrar a los visitantes —ejemplo de barroco integral— al que se llamó «Bóveda Verde (Grünes Gewölbe)», el color dominante en sus paredes.
Desde la muerte del omnipresente Augusto, el tesoro vivió (más bien sobrevivió) en el filo de la navaja, sobre todo durante los bombardeos de 1945 que arrasaron una buena parte de la ciudad, recuperada hoy casi por completo, de nuevo sonriente. Los objetos de la «Grünes Gewölbe» fueron trasladados a la Unión Soviética, donde permanecieron hasta 1958. De vuelta a Alemania, mil de aquellas piezas se mostraron al público a partir de septiembre de 2004 en la primera planta de la Residencia. Sin embargo, el grueso de la colección y las mismas salas ideadas en el siglo XVIII seguían perdidas intramuros, a la espera del dinero y la oportunidad.
El ochocientos aniversario de Dresde, que se celebra este año, ha sido el momento perfecto para ponerse manos a la obra, para recuperar el pasado de «la ciudad más bella, el alma de Alemania», según la opinión interesada de Christoph Münch, portavoz del turismo local. «En octubre de 2005 recuperamos una de las últimas joyas destruidas por las bombas, la catedral protestante (la Frauenkirche), y ahora hacemos lo mismo con la Grünes Gewölbe», añade.
En la Bóveda Verde han trabajado más de un centenar de restauradores, escultores, pintores y artesanos a partir de fotografías y modelos históricos, para respetar las decisiones estéticas que, en su momento, tomó Augusto el Fuerte. «Para revestir las paredes se han fabricado grandes espejos de cristal con los fondos de color metálico característicos de la época —explican Münch y Christiane Heyn—. También se han analizado los colores del barnizador real Christian Reinow, hasta recrear noventa matices diferentes sólo para el marmolado». En total, la factura ha ascendido a cuarenta y dos millones de euros, doce empleados en las paredes de los diez salones, el de las Piedras Preciosas, el de Marfil, el de Bronce, el de las Joyas o el de los Escudos.
Entre los tres mil objetos que se mostrarán al público desde el día 15 hay curiosidades para todos los gustos, desde las estatuillas de negros realizadas por Balthasar Permoser (1651-1732) a fascinantes miniaturas de brillantes, diamantes y rubíes. En esta «caja fuerte»/museo, en la que cuesta tanto entrar como en el control del aeropuerto, nada deja indiferente, la máxima del barroco.