24 horas en el barco más grande del mundo
No va más: 160.000 toneladas de desplazamiento, 4.375 pasajeros, 1.360 tripulantes, una piscina de surf, un ring a bordo... El «Freedom of the seas» navegará por el Caribe a partir del 4 de junio, pero nosotros ya lo hemos probado. Así es el nuevo mamut del mar.
En el suelo del ascensor nos recuerdan que es martes (tuesday, siempre en inglés) y en el Cruise Compass (la biblia de los pasajeros, la hoja de ruta de cada día) leemos que en el café «Windjammer», en la cubierta once, sirven el desayuno de siete a diez. Son las ocho y media, buena hora, con el buffet agradablemente medio vacío. La mayoría de los pasajeros aún duerme, acunados por las olas y por los mojitos de anoche en el «Bolero». Los que han conseguido madrugar toman su bandeja y se plantean la primera elección del viaje. Desayuno suave, café y tostadas, o un desliz: bacon, donuts «made in USA», salchichas. Puede que lo mejor sea algo intermedio, huevos revueltos y fruta, para afrontar con brío la cita en el gimnasio.
El día ha amanecido nublado, con el Atlántico inhóspito y frío. En realidad, no es el lugar ni la época perfecta para hacer un crucero, pero esto es algo parecido a la última prueba del vestido de novia. El 4 de junio, el «Freedom of the Seas» empezará su trabajo en Miami: siete noches en busca del calor, de las playas de Jamaica o las Caimán, de las burbujeantes madrugadas del Caribe. Estará lleno, sin un camarote libre, 4.375 pasajeros, 1.360 tripulantes, confirma Magnus Weahme, director general para el sur de Europa de Royal Caribbean. La mayoría serán turistas estadounidenses, encantados de olvidar la vida real durante una semana en este nirvana de restaurantes, cafés, tiendas, teatro, pista de patinaje, gimnasio, y otra vez restaurantes, heladerías, centro de belleza, piscina de surf, rocódromo.
Mejor será elegir el gimnasio, una hora en manos de Robert Tynan, irlandés, preparador de boxeo, para aliviar los efectos de la sobredosis de calorías. El «Freedom» incorpora un ring, situado en la entrada de un gimnasio inmenso, prueba evidente de la política del «quién da más» en el que viven las navieras. Sobre la lona, dos mujeres y cuatro hombres -británicos, no en vano hemos partido del puerto de Southampton, a hora y media de Londres- golpean al aire con sus guantes rojos, para sentir el gesto, o imitan entre risas el salto de las ranas, para fortalecer los cuádriceps, o atacan a un enemigo invisible. Cerca, unos metros mas allá, Amelia, española, se conforma con algo más asequible: trote en la cinta mecánica, con el océano indescifrable tras la cristalera y Christina Aguilera en la pantalla de la televisión.
Buen rollo, buen ritmo. Música vibrante en el gimnasio, clásica en los ascensores, «dj's» en «La Cripta», el bar más «in» de este mamut que se desliza por el mar sin que apenas podamos notar el vaivén del oleaje, algo que suena a Bob Marley interpretado por un grupo en directo en la calle principal, pop británico en el buffet. Música para envolver los planes del día. Del gimnasio, en la planta doce, al spa, para reservar. «Le esperamos a la una», nos dicen, tiempo de sobra para una partida en el salón de juegos (la máquina de «La Guerra de las Galaxias» está libre, hay suerte) y para una expedición por esta cubierta que se antoja un parque de atracciones. La más novedosa: una piscina para practicar surf, el «Flowrider».
Surf en cubierta. A media mañana, un póquer de osados, protegidos por sus trajes de neopreno, cabalgan la ola artificial, que, desde fuera, pudiera parecer un ingobernable toro mecánico. Pero ahí aguantan los cuatro sobre sus tablas, mientras las cámaras de los turistas disparan sin compasión. Detrás de la piscina, otro reto: el rocódromo, trece metros de alto, once rutas de diferente dificultad. Y, a los pies del vértigo, la cancha de baloncesto, la pista de jogging, un minigolf, la zona H2O (parque acuático con toboganes y cascadas), los jacuzzi con vistas al océano, y un par de bares para regar tanto estrés deportivo con una piña colada.
Las cifras son tema de conversación inevitable en la mesa a la hora de comer. Hay donde elegir: diez restaurantes y dieciséis bares, repartidos por este hotel de quince plantas (plataformas o «decks», en el lenguaje de a bordo). Cocina asiática en el «Jade», italiana en el «Portofino», y el interminable buffet del «Windjammer». Por primera vez el barco se mece ligeramente. El capitán Bill Wright, estadounidense, está probando el motor. Luego nos dirá que «se maneja como un coche deportivo, un placer». Quizá sea así, pero, en la tertulia de pasajeros, se habla de una maquinaria complejísima al servicio del ocio. «Es como Las Vegas», dice alguien. «Disneyland», precisa otro viajero. «Un centro comercial en alta mar, como el Plaza Norte de Madrid», añade un tercero.
De compras en la quinta. La quinta planta es la zona perfecta para echar la tarde. Primero un café. Y luego un paseo por el Royal Promenade, una galería de 130 metros. A un lado y otro encontramos bares (el «Vintage» o el «Champagne»), una barbería, tiendas de belleza, joyería, souvenirs, ropa. Una camiseta del barco sale por dieciséis euros. Y un peluche para los niños, por diez. Una vez resuelto el asunto de los regalos, podemos seguir el camino. En la séptima, la librería nos sorprende con una estantería de títulos en español. Jiménez Lozano, Puértolas, y una obra «ad hoc»: «La isla del aire», del Alejandro Palomas. Una metáfora para describir este crucero.
Se acumulan las citas. A las cuatro hay un partido España-Italia de baloncesto, pero se ha hecho tarde. El tiempo se va en consultar el e-mail, en la octava; en asistir al desfile circense de la calle central, y en prepararse para la cena de gala, esmoquin para ellos y traje largo para ellas, a las ocho y media en segunda oportunidad (a las seis y media, en el imposible horario europeo). Y, al cabo, el menú de la noche: fiesta en cubierta, un mix de los grandes musicales en el «Arcadia», un teatro con capacidad para 1.350 personas), patinaje sobre hielo, o música en directo. Un showman llamado Matt Yee luce su habilidad para hacer bailar a su público al ritmo de canciones clásicas, «Dilaila» y similares. La salsa del «Bolero» es otra opción. Y la «Cripta», frenesí techno, nos acoge de madrugada. «Olive or Tuist», en la planta catorce, es la apuesta romántica, con el océano ya oscuro en la cristalera.
Aún hay una cubierta más arriba, la quince, dedicada a una capilla. Para algunos, un mensaje subliminal: estamos cerca del cielo. Para otros, al contrario, la conexión con la tierra, el regreso a la realidad. A las siete de la mañana, casi sin dormir, desayuno, y a las ocho y media, desembarco en Southampton, autobús hacia el aeroupuerto, punto final.
Sus medidas. 160.000 toneladas de desplazamiento, 338 metros de eslora, 56 de ancho, 21,6 nudos de velocidad, 4.375 pasajeros.Alojamiento. 1.817 camarotes.
Servicios. 1.360 tripulantes, 15 cubiertas, 10 restaurantes, 16 bares y salones.
Fabricación. Construido en Turku (Finlandia). 350.000 piezas de acero en el casco, 1.600 kilómetros de soldaduras, 19.000 kilómetros cuadrados de cristaleras, 3.500 kilómetros de cable eléctrico, 35.000 cubitos de hielo al día.
El recorrido. Operará a partir del 4 de junio, con esta ruta básica: Miami, Cozumel (México), George Town (Islas Caimán) y Montego Bay (Jamaica). Precio: a partir de 890 euros por semana. Para saber más: www.freedomoftheseas.com / www.royalcaribbean-spain.com / 902 345 145.
El nuevo gigante. En 2009 comenzará a navegar el «Génesis», de 220.000 toneladas, que podrá transportar a 5.400 pasajeros.