La vuelta al mundo

martes, octubre 03, 2006

El otoño en el gran glaciar Aletsch

La lengua de hielo mide veintitrés kilómetros. Es una autopista blanca que zigzaguea entre las altas cumbres del conjunto de montañas Jungfrau-Aletsch-Bietschhorn, en el sur de Suiza. Desde el mirador de Bettmerhorn, a tres mil metros de altura, este inmenso glaciar alpino tiene el aspecto de superviviente, de especie en peligro de extinción. Como si, súbito, asomara un mamut a la vuelta de la esquina.
Los glaciares son masas de hielo formadas por la compactación de la nieve, un proceso que en muchos casos se pierde en la noche de los tiempos. Cuando las temperaturas se mantienen por debajo del punto de congelación, la nieve modifica su estructura, se convierte en neviza, y cuando esas capas de hielo y nieve que invitan a tiritar tienen espesores de varias decenas de metros, el peso se torna tan apreciable que la neviza desarrolla cristales de hielo más grandes. Un bellísimo prodigio de la naturaleza, incluido por la Unesco en su listado de Patrimonio de la Humanidad.
El sol de septiembre lame la piel de este paisaje de Heidi, una ladera verde en la que las únicas manchas marrones las ponen las casas de madera, la silueta de algún que otro pequeño pueblo. El otoño en la montaña está lleno de senderistas armados de bastones, botas de campo, mochilas y abundante agua: se recomienda beber un par de litros al día para compensar el líquido que se llevan el esfuerzo y la altura. En la estación de tren de Brig, el centro urbano más importante de la zona, la «cultura alpina» se respira con la misma facilidad que el aire. Y muchos de los andarines que nos rodean se dirigen sin duda al gran glaciar, atraídos por este brochazo de hielo rodeado de crestas.
Hace dieciocho mil años, el área de Riederhorn-Bettmerhorn estaba completamente congelada. El glaciar de Aletsch y el del Ródano se miraban a los ojos y sólo los picos más altos sobresalían en el horizonte. A partir del siglo XV, en la llamada «pequeña Edad de Hielo», que se estiró hasta la mitad del XIX, el frente del glaciar medía 2,5 kilómetros más hacia el valle. Hoy, los científicos que estudian este espacio natural dicen que el cauce pierde unos treinta metros cada año, probablemente por el aumento de las temperaturas, aunque éste no sea un debate cerrado. De los cientos de glaciares que se cuentan en los Alpes suizos, el Aletsch, con una superficie de más de ochenta kilómetros cuadrados, veintitrés kilómetros de longitud y un espesor de mil metros en su zona central es el más grande, un espectáculo turístico y científico.
El acceso a este rincón sólo es complicado por lo lejos que se halla de las grandes ciudades del país, a dos horas y media en tren de Ginebra, a tres desde el aeropuerto de Zúrich. Un viaje entre túneles y montañas, un documental en vivo en la ventanilla. Una vez en la estación de Brig, otro tren de la excelente red suiza nos traslada en un cuarto de hora a Mörel o a Betten Talstation, y desde este punto el teleférico es el último paso hasta los pueblos cercanos al glaciar. Bettmeralp en nuestro caso, donde no está permitido el tráfico de vehículos, silencio abrumador. Desde la cabina de este «autobús local», conmueve la vista de los Alpes, una cadena montañosa con decenas de cimas por encima de los 4.000 metros. Entre esos dientes de sierra, allá lejos, sobresale la pirámide casi perfecta y blanca del Cervino (4.478 m.).
La verticalidad del entorno no debe asustar a los viajeros. Cualquiera puede llegar a la primera parada, a cualquiera de los miradores sobre el glaciar. Y dejarse llevar por el asombro. En el horizonte, el Jungfrau (4.158 m.), el Finsteraarhorn (4.274) y un pico accesible para el común de los visitantes, media hora de ascesión hasta el Bettmerhorn (2.872). En un alto para saborear las vistas, Petra, guía de habla hispana en Bettmeralp, apunta que Louis Agassiz (1807-1873), recordado por sus trabajos sobre las glaciaciones, dejó dicho que «no hay otra cadena como los Alpes cuyos valles tengan una forma tan favorable para la formación de glaciares».
La segunda fase para recorrer la región requiere más esfuerzo. Hay quien prefiere las caminatas sobre el glaciar, a partir de dos horas de duración, en las que se puede llegar hasta la Plaza de la Concordia, un lugar de unos seis kilómetros cuadrados donde confluyen tres lenguas de hielo. Otra forma de «patear» la zona aguarda en las laderas en las que empieza a crecer una abundante vegetación. Nuestra opción nos lleva desde el mirador de Moosfluh, al que se sube en teleférico, hasta Riederalp, junto al bosque de Aletsch. En total, unas dos horas a paso ligero, bastante más si contamos las paradas para degustar el paisaje. Los bordes del glaciar están siendo conquistados de forma progresiva por la vegetación, un bosque joven de alerces y abedules, de arándanos y rododendros. De pronto, el único ruido que se escucha es el de las cascadas.
Una hora y media después de la salida, llegamos a ProNatura, el centro de interpretación de la región, instalado en un edificio singular, la casona en la que se instaló en 1902 el millonario inglés Ernest Cassel. Este banquero de la City fue quizá el primer turista en estas montañas, un ejemplo de la actividad de los viajeros británicos en otros lugares del mundo. Cassel llevó a su residencia de descanso a muchos de sus amigos, entre ellos Winston Churchill, que pasó aquí al menos cuatro temporadas. Las habitaciones que ocuparon todos ellos, inmensas, con vistas al perfil alpino, se alquilan ahora a precios razonables, con el único inconveniente de que el baño —común— está en los pasillos. En una de las salas de la residencia Cassel se proyecta un documental para entender visualmente la geografía que nos rodea. Y unos metros más allá comienza una ruta circular y casi llana de una hora creada por el millonario inglés, con el valle a nuestro pies.
El otoño en el glaciar invita al senderismo; el invierno, al esquí, a los deportes de nieve, en las estaciones de este valle o en las próximas de Zermatt o Sass Fee. A finales de noviembre, la piel verde mudará al blanco, pero el glaciar permanecerá como el gran faro turístico, complementado con otras actividades. A media tarde, hay atasco de vacas en Betten. Istvan Stucky amasa pan de centeno según las técnicas tradicionales. En otro punto, cerca de Riederalp, un artesano elabora queso en el Alpmuseum, un centro para observar la transformación de la montaña, desde aquel 1902 cuando llegó Cassel hasta hoy. Y junto al Golfhotel Riederhof, un grupo de aficionados saca los palos de golf. El entorno es abrumador: calles y greenes enmarcados por cuatromiles de cumbres eternamente nevadas.
A la hora de la cena, a eso de las siete y media, el queso y el chocalete sustituyen a las sendas y a la montaña. Gilles, suizo, recibe un mensaje en su móvil: «¿Estás en Riederalp? Pero si eso está lejos de cualquier parte». Los comensales sonríen. Está lejos, sí, pero casi siempre el éxito exige esfuerzo.

Cuaderno de viaje
Cómo ir. Swiss ofrece vuelos a Zúrich desde Barcelona, Madrid, Málaga y Palma de Mallorca, y a Ginebra desde Barcelona y Málaga. De Barcelona a Zúrich desde 155 euros; desde Madrid, a partir de 79 (ida y vuelta, tasas y recargo combustible no incluido). 901 11 67 12.
Red de ferrocarriles. En el aeropuerto de Zúrich se toma el tren hacia Brig, el centro de la región. El Swiss Travel System es un billete que permite viajar en trenes, barcos, autobuses, y entrar en museos.
En la habitación de Churchill. El Pro Natura Zentrum Aletsch alquila las habitaciones de la residencia Cassel, donde se alojó Winston Churchill. En las afueras de Riederalp.
Después del senderismo, un spa. Golfhotel Riederhof. En Riederalp.
Turismo de Bettmeralp: www.bettmeralp.ch
Turismo de Riederalp. www.riederalp.ch
Aletsch. www.aletsch.ch
Para saber más: www.MiSuiza.com (la página en español de MySwitzerland.com). Tel.: 00800 100 200 30 (internacional gratuito).
Texto publicado en ABC, 30-9-2006.