La vuelta al mundo

sábado, junio 17, 2006

Un verano con Bruegel

En las pinturas de Bruegel huele a pan. Unas pocas pinceladas nos trasladan al trigal amarillo, listo para que las hoces lo corten, para la trilla y el molino. En realidad, la asociación del pintor con un tridente temático formado por pueblos, paisajes y campesinos es un lugar común inexacto por reducido, pero esta mañana, en la pequeña aldea de Saint-Anna-Pede, a unos quince kilómetros del centro de Bruselas, también huele a pan. El sol lame con suavidad el campo verde, los rododendros, las segundas residencias de los ejecutivos de la capital de los funcionarios, y un puñado de turistas subraya el horizonte subidos en sus bicicletas. Es una escena que recuerda a las vacaciones de Monsieur Hulot, sólo que, esta vez, en el paseo abundan las estaciones para quedarse a cuadros, para hacer turismo a partir de los lienzos.

Pieter Bruegel es un pintor lleno de misterios. El primero, su origen: nunca se ha aclarado dónde nació. El segundo, la interpretación de sus cuadros, despachados con demasiada alegría por los estudiosos durante siglos. Y el tercero, la fascinación que provoca hoy en Bélgica, a pesar de los pocos originales que se conservan en sus pinacotecas. Tanta admiración suscita que, al menos de fronteras adentro, éste será «el verano de Bruegel», con media docena de exposiciones que rastrean su época y sus paisajes, su obra y los caminos en los que instaló su caballete. Y para empezar, qué mejor que una mañana de ejercicio en el museo al aire libre de Dilbeek, el municipio en el que se halla la aldea de Saint-Anna-Pede.

El plan es asequible. Ocho kilómetros a pie —o en bicicleta— para los que no se sientan con demasiadas fuerzas, o bien cuarenta y cinco, para quien prefiera explorar a fondo estas tierras flamencas y la influencia que ejercieron en el pintor. Nos guía Ana María, una belga sin un gramo de grasa que pedalea con esa extraña facilidad de la que parecen dotados los compatriotas de Eddy Merckx. Nos muestra la veintena de reproducciones de cuadros que cosen la ruta, y, como complemento, el paisaje que las envuelve. Las obras en su entorno. En «La parábola de los ciegos», por ejemplo, aparece la silueta de la iglesia de Saint-Anna, la línea de salida de nuestra pequeña expedición. Un poco más allá, «La cosecha de heno». En la siguiente curva, «El banquete de bodas». Y así hasta el final, de nuevo junto a Saint-Anna.

El barrio del pintor
Desde algún altozano de esta comarca de nombre complejo, Pajottenland, se intuye en los días claros el perfil de Bruselas, el centro de operaciones de esta «apoteosis Bruegel». Incluso le han dedicado un barrio. En Les Marolles, «quartier» que en el siglo XVI acogía a la buena sociedad, se instaló el pintor en 1563, seis años antes de su muerte. El paseo —esta vez a pie— nos descubre unas calles hoy llenas de inmigrantes, un comedor social en el que se sirven menús por 1,50 euros, la fachada de su casa, la residencia de Andreae Vesalis (médico de Carlos V) y, al cabo, Nuestra Señora de la Capilla (siglo XIII), la iglesia en la que reposan los restos del artista. Una orquesta ensaya junto al altar su concierto del domingo, ajena al ir y venir de los turistas.

Bruselas es (aún) una ciudad para caminar. Cerca del templo, por ejemplo, encontramos «Le Petit Sablon», un parque urbano dedicado a los sabios del XVI. De aquella época, en pleno Renacimiento, son los primeros jardines botánicos europeos, y también la capilla Nassau (Biblioteca Real de Bélgica), donde ahora se exponen los ochenta y cuatro grabados que se conservan basados en dibujos de Bruegel. En Roma, Venecia o Lyon se generó un floreciente negocio alimentado por grabadores como Marcantonio Raimondi y editores como Antonio Salamanca, Antonio Lafreri, Michele Lucchese o Hiëronymus Cock, que aprendió el oficio en Italia. En 1548 regresó a Amberes, una ciudad floreciente que duplicó su población en la primera mitad del siglo. Bruegel, que también vivió en Italia hasta 1553, empezó a colaborar con Cock, y de esa alianza surgieron decenas de encargos alrededor de todo tipo de temáticas, desde los vicios hasta la justicia, además de paisajes, por supuesto.

Sin salir del edificio, en otra sala de la biblioteca, se muestra la reproducción a escala real de toda la obra pictórica del artista, cuarenta cuadros. El desconsuelo de no poder ver los originales se compensa en cierto modo con la oportunidad de conocer de un tirón el universo de este compositor de imágenes. Bruegel el Viejo (¿1525?-1569) veía e imaginaba, y sus trabajos son la suma de ambas influencias. De repente, en una escena del campo flamenco se cuela un risco de los Alpes. Hay figuras que son excusa para completar el paisaje, composiciones llenas de personajes en plena fiesta o en el trabajo, el azote del invierno, imágenes religiosas, ilustraciones de refranes, composiciones irónicas, gestos dramáticos, los ecos del turbulento siglo XVI.

En el castillo de Gaasbeek podemos seguir el rastro de la época. El conde de Egmont era el señor de las murallas, hasta que fue ejecutado por orden del duque de Alba. La sublevación contra Felipe II (el recinto fue ocupado en varias ocasiones por partidarios de España y de los Estados), la figura de Bruegel, el estilo de vida… cada sala abierta hoy al público nos sumerge en un libro de historia, otra forma de ver la obra del pintor del siglo en los Países Bajos.

Algo de todo ello flota sobre los paisajes y el paisanaje de Bruegel (así, sin «h» entre la «g» y la «e», tal y como quiso firmar en el último tramo de su vida), sobre un estilo que influyó decisivamente en muchos seguidores. Curiosamente, sin embargo, en el templo oficial del arte belga, el Museo Real de Bellas Artes, sólo se conservan cinco lienzos del artista, rodeados eso sí por obras de sus hijos, Pieter Brueghel el Joven y Jan Bruegel el Viejo. En el silencio fresco de las salas del XVI, el verano se antoja un pequeño paraíso.

EXPOSICIONES
Bruegel imaginario. Todos sus cuadros, reproducidos según el tamaño original, en la Real Biblioteca de Bélgica. Hasta el 3 de septiembre.
Sus grabados. La colección completa (ochenta y cuatro grabados) se muestra en otra sala de la Real Biblioteca. La entrada para las dos exposiciones cuesta 5 euros.
Su época. El rastro del turbulento siglo XVI, en el castillo de Gaasbeek.
Fuente de inspiración. Una antología de los aguafuertes y grabados que «bebieron» en la obra de Bruegel, en Tervuren, a 14 kilómetros de Bruselas.
Con los ojos de hoy. Artistas flamencos de hoy se preguntan sobre la importancia de Bruegel en el siglo XXI a partir de fotografías, grafismo, instalaciones, vídeo y cine. En el castillo de Bouchout, en Meise, y en el Jardín Botánico que lo rodea.
La ruta en bici. Dos recorridos diferentes (ocho o cuarenta y cinco kilómetros) en torno a diecinueve cuadros y los paisajes que inspiraron al autor. En Dilbeek. Más información: www.dilbeekserfgoed.be
Cuándo. Este proyecto turístico-cultural salpicará de actividades todo el verano en Bélgica. Comenzó el 12 de mayo y finalizará el 3 de septiembre. En internet: www.bruegel06.be
Más información. Turismo de Bélgica. 93 508 59 90 / http://www.flandes.net/