La vuelta al mundo

sábado, diciembre 31, 2005

Un blanco perfecto

Esquí o raquetas de nieve por la mañana y el agua de las termas cuando cae la tarde. El cóctel de frío y calor, de esfuerzo y relax, es la propuesta de los Altos Pirineos franceses, el escenario mítico del Tour en verano y una idílica postal de Navidad estos días. He aquí un viaje cercano, a sólo dos horas de la frontera de Irún, a un paraíso de la montaña



Una manta de niebla vuela muy despacio sobre el valle de L'Esponne. Más arriba, las agujas afiladas del Montaigu. Y debajo, acunado entre el río y la montaña, un pequeño hotel, «Le Domaine de Ramonjuan», inaugurado hace quince años. Amanece despacio en este lugar sin cobertura, a dos horas en coche de la frontera española. Al sol, en efecto, le cuesta un potosí vencer la resistencia de las crestas, y un grupo de turistas —japoneses, españoles— aguarda el momento delante de unas tostadas y un zumo de naranja, con la mirada cosida a un ventanal pintado con nieve y bruma. Cerca serpentea la carretera que les llevará a despedir el año en alguna estación de esquí próxima, tal vez Luz Ardiden, o el Pic du Midi, o quién sabe si las pistas de Cauterets.

Las cumbres del Tour de Francia son en invierno una postal de Navidad, con acebos que tiritan de frío, carámbanos en los laterales de la carretera y cascadas que se precipitan por las laderas. Desde La Mongie, cerca de la meta del Tourmalet, sale el funicular que nos conduce sin esfuerzo al Pic du Midi (2.877 m.), un artilugio inaugurado en 2000 que permite paladear el vértigo y, unos minutos más tarde, acceder al mejor mirador imaginable sobre la cadena montañosa de los Pirineos. Aquí hay un observatorio astrónomico en el que se empezó a trabajar alrededor de 1884, cuando esta pared se subía a pie, y también un restaurante en el que hoy devora un potaje con alubias de Tarbes Iker Fernández, uno de los mejores especialistas del mundo de «halfpipe» (snowboard), en la línea de salida de los Juegos Olímpicos de Turín.

Fernández ha pasado los últimos meses en Alaska, Canadá o Suiza, en busca de su estado de forma ideal. Dice, unos minutos antes de lanzarse pendiente abajo, hacia el lago Oncet y la estación de La Mongie, que la medalla está difícil y que un puesto entre los finalistas es, en cambio, una opción asequible. Este pionero del snowboard español vive (al menos tiene casa) en San Sebastián, y parece encantado de la autopista que enlaza Irún con los Altos Pirineos franceses, un rincón en el que se alzan estaciones como La Mongie o Luz Ardiden. «Son buenas montañas, ¿eh?», sonríe mientras señala un horizonte hoy limpio, interminable, un diente de sierra en el que apuntan al cielo el Aneto (3.404 metros), le Neouvielle (3.091), el Monte Perdido (3.355), le Vignemale (3.298), le Marboré (3.328)…

…Y Luz Ardiden, quizá la estación más visitada por los esquiadores españoles. «Al menos la mitad de nuestros clientes son compatriotas suyos», comenta Bernard Laporte, director de la oficina de turismo local. Bernard no es un jovencito, pero ha convertido su cuerpo en una bala de músculo, sin un gramo de grasa, que habla como si fuera asunto baladí de sus ascensiones en bicicleta de montaña a Luz, la meta en la que ganaron Cubino, Delgado, Induráin y Laiseka, o de las bajadas enfundado en su mono de esquiador. Hoy se calza las tablas para enseñar en primera persona las posibilidades de la estación, sesenta kilómetros de pistas, un «snow park» con el tubo más largo de los Pirineos, noventa cañones de nieve por si algún día hicieran falta… Desde el telesilla que trepa hacia la cumbre, el dominio se antoja un paraíso cómodo para disfrutar del deporte, incluso un sábado en plenas vacaciones de Navidad.

Desde la estación al pueblo de Luz Saint Sauveur hay doce kilómetros de curvas y vistas soberbias sobre el valle, bautizado por los ingleses como Pays Toy. En Luz viven mil cien personas alrededor del tesoro de la montaña y de otros puntos de interés, como el puente que Napoléon III regaló a la ciudad en 1860 en la que reposó algún tiempo su esposa, Eugenia de Montijo, o la iglesia fortificada de San Andrés, del siglo XI. Eugenia, que tenía problemas de fecundidad, los curó en las termas que ahora han vuelto a ponerse de moda, como complemento relajante de un día de esfuerzo en la nieve. El rastro español en la región pudo empezar entonces, con la condesa de Teba, pero aún hoy es moneda común. «La mitad de mis amigos tiene origen español», afirma Nathalie Morel, vecina de Tarbes, mientras comemos en un restaurante de Luz llamado «Tapas» al que hemos llegado en un minibús de la empresa «Paseíto».

La nieve es la cara A de la escapada a los Pirineos. A media tarde, después de bajar de las pistas, es un buen momento para descubrir la cara B en alguno de los centros de aguas termales de la región. En Luz Saint Sauveur encontramos uno de ellos, con un ventanal inmenso para disfrutar en el mismo «pack» del calor y el vaho de las piscinas y del frío de las montañas, y el menú típico de estos casos: aguas a diferentes temperaturas, sauna, hammam, jacuzzi, masajes… Una ocasión para cerrar los ojos y dejar la mente en blanco. Sin embargo, estéticamente llama más la atención la «ciudad de las aguas» de Bagnères de Bigorre, cerca de La Mongie. La sala central de Aquensis parece una catedral de madera cubierta por un cristal que deja entrar un inmenso chorro de luz. Y en el tejado, otra vez el cóctel de calor y frío en un jacuzzi al aire libre.

La mañana amanece en Cauterets completamente despejada, después de una noche en la que ha nevado suavemente. A pocos kilómetros del pueblo se halla la puerta de entrada a la zona de Pont d'Espagne, en algún tiempo frontera permeable para las idas y venidas de los pastores, y hoy un escenario perfecto para el esquí de fondo o para las raquetas de nieve. Jon Ugartemendía, nacido en Bayona, guía a un grupo de viajeros montaña arriba, envueltos por los sonidos del bosque: el crujir de la nieve al hundirse bajo los pies, la huida más lenta de lo imaginable de los rebecos (cazado de forma abusiva en los años 50), el roce con las ramas de los acebos y el agua que baja gélida desde el lago Gaube (ochenta y dos metros de profundidad) o desde alguno más modesto que encontramos en nuestro camino, como el lago des Huats.

Estamos en el Parque Nacional de los Pirineos, creado en la primavera de 1967, con el Vignemale al fondo de la ruta y algún que otro quebrantahuesos en el cielo, en una zona de refugio y libertad para especies como el armiño, el zorro, la marta o el jabalí. El paseo sobre raquetas en este entorno aporta una inyección de oxígeno y de optimismo, aparentemente tan lejos de la «civilización». Jon dice que la excursión se prolonga habitualmente durante medio día, desde el Pont d'Espagne (1.465 m.) hasta el Gaube (1.731 m.), con una parada a mitad de camino para devorar un picnic sobre la nieve, antes de volver a la vida real.

Cómo ir. La autopista de Irún nos lleva a la zona de Luz Ardiden, Tarbes, Lourdes o Cauterets en dos horas.

Dormir. En Cauterets, «Lion d'Or». Habitación: 42/90 euros. 05 62 92 52 87. En Luz Ardiden, «La Grange aux Marmottes». Habitación: 46/50 euros. 05 62 92 91 13. Cerca de Bagnères de Bigorre, «Domaine Ramonjuan». Habitación: desde 45 euros. 05 62 91 75 75.

Las doce estaciones de esquí de los Altos Pirineos. Peyragudes, Val Louron, Barèges-La Mongie, Hautacam, Nistos, Saint-Lary Soulan, Gavarnie-Gèdre, Luz Ardiden, Piau-Engaly, Campan Payolle, Cauterets, Val D'Azun. Más información: 00 33 825 825 65.

Guía excursión raquetas de nieve en Cauterets. Jon Ugartemendía. 06 75 04 13 64 / jon@pyrenaika.com.

Los balnearios. «Aquensis. La ciudad de las aguas». En Bagnères de Bigorre. 05 62 95 86 95 / www.aquensis-bagneres.com. «Les Thermes de Luz». En Luz St. Sauveur. 05 62 92 81 58. www.luz.org