La vuelta al mundo

domingo, septiembre 11, 2005

Turistas del vino

En España se venden miles de marcas de vinos. Ante esta avalancha embotellada, los bodegueros han hallado una nueva forma de diferenciarse: el enoturismo. La oferta de hoteles con encanto y catas en un mar de vides llega ahora a los Arribes del Duero, en la frontera entre España y Portugal, un deslumbrante parque natural por el que el gran río viaja encajonado camino de Oporto. Los días de la vendimia (aquí, a principios de octubre) son una buena ocasión para organizar una escapada



El barco se desliza con un silencio respetuoso sobre las aguas del Duero. En sus tripas transporta turistas, unos cincuenta mil cada año, y también un laboratorio pensado para escrutar la vida alrededor del agua. Los motores insonorizados y la cámara de infrarrojos permiten a los expertos de la Estación Biológica Internacional brujulear, incluso de noche, a oscuras, entre águilas reales, alimoches y cigüeñas negras, que tienen su hogar en estos acantilados de doscientos metros de alto. «El proyecto turístico "alimenta" el científico», explica David Salvador, responsable de la empresa. Los viajeros que se embarcan en Miranda do Douro, en la frontera portuguesa, pagan con su billete proyectos como el de conservación del águila Bonelli, la educación ambiental de grupos de escolares o el estudio de la fauna nocturna, en colaboración con la SEO.
En Miranda do Douro, en el corazón de los Arribes, puede empezar o terminar un recorrido de sumas. Investigación más naturaleza. Vino más turismo. Porque ya se sabe que el Duero es el río del vino, tanto en el tramo portugués como en el español, en el corazón de la Denominación de Origen Ribera del Duero. Y ahora, también, en los Arribes, en un territorio entre Salamanca y Zamora, cerca del brazo caudaloso del Tormes y del enorme y hoy desoladoramente vacío pantano de la Almendra.
El crucero entre los acantilados es el aperitivo de la escapada. Durante seis kilómetros nos acompañan los riscos y el vuelo de las rapaces, el silencio casi religioso en la inmensidad de este espacio natural. Al contrario de lo que vemos cuando el cauce se aproxima a Oporto, en esta zona no hay viñas. El espectáculo de las uvas maduras, casi listas para la vendimia, empezará un poco más tarde, camino de Fermoselle, en Zamora, o de Ledesma, un bellísimo pueblo amurallado a una decena de kilómetros de Salamanca. «En los Arribes se han instalado pocas bodegas —dice David Gutiérrez, enólogo—, pero ya llegarán, porque es evidente que aquí se puede hacer buen vino».
Hacienda Unamuno, cerca de Fermoselle, nos sirve como ejemplo. En estas tierras zarandeadas por temperaturas extremas, la Castilla que hiela o arde, una alfombra de suelos arenosos que no retienen el agua, fertilidad cero, se han plantado en los últimos cinco años setenta hectáreas de vides. Dice David Gutiérrez que esas condiciones, incluida la escasez de lluvia, dejan en manos de los enólogos la posibilidad de controlar «el estrés hídrico mediante el riego por goteo, al margen de los caprichos del cielo. La tecnología ha cambiado las cosas: en las plantaciones nuevas se logran vinos excelentes».
Tras las viñas llegó la bodega y, a continuación, un pequeño hotel, de cuatro habitaciones, conjunto ideado por Nacho Lliso, músico que lució en el escaparate pop de los ochenta (Esclarecidos) y que ahora se dedica a la arquitectura. En este mar de calma es fácil encontrar una definición de enoturismo: al abrir las ventanas, vemos los campos llenos de uvas, la puerta de entrada a la bodega, y hasta la mesa de catas, en la que esta mañana se entretienen dos viajeros británicos que sonríen satisfechos. Vista, olor y gusto trabajan a pleno rendimiento. Ese es el menú que empieza a atraer a miles de viajeros, aunque el fenómeno todavía está lejos de la organización casi perfecta que encontramos en California [www.napavalley.com].
Un estudio presentado hace unos meses en La Rioja por Eduardo Álvarez y Joseba Ezpeleta, de Ikerfel, cifraba en dos millones de españoles los potenciales interesados en el enoturismo. «Es un mercado importante, en expansión, innovador, que va a más —explica Ezpeleta—. Turismo cultural, gastronómico y vino son conceptos en alza, aunque estamos en el principio del camino. El turista mayoritario busca hoy por hoy visitar bodegas, comprar botellas, tapear y probar algún vino. Pero hay además una punta de lanza que quiere ir más allá, visitar el viñedo, practicar actividades deportivas, como rutas a caballo o en bici, hablar con enólogos, dormir en alojamientos temáticos, dentro de las haciendas, hacer cursos de cata… La Rioja, Cataluña, el Duero, Andalucía y Galicia encabezan esta marea».
En el caso del Duero, se dice que pueden visitarse casi el 70 por ciento de las bodegas, y en algún caso dormir en hoteles, aunque no es fácil encontrar uno como «Hacienda Zorita», cerca de Salamanca. Fue convento de los dominicos en el siglo XIV, alojó a Cristóbal Colón, sobrevivió como molino, y, hace unos años, después de que lo comprara Caja Duero, renació como alojamiento decorado con piedras y maderas. Un caz del Tormes cruza bajo sus habitaciones, junto a las bodegas, de reserva y de crianza, y el viñedo. Aquí se entiende mejor aquella frase de Alejandro Dumas: «El vino es la parte intelectual de la comida. Los alimentos son sólo la parte material».
El recorrido que arrancó en Miranda do Douro, Portugal, continúa en Ledesma, enclave amurallado medieval, perfecto mirador sobre los campos castellanos. Muy cerca, Salamanca y su plaza, que celebra su 250 aniversario. Y más allá, Valladolid, y la N-122, el corazón tradicional de la Denominación de Origen Ribera del Duero [www.riberadelduero.es]. En cincuenta kilómetros, hasta Peñafiel, la carretera se convierte en el decorado de «Entre copas». Viñedos y bodegas desfilan a ambos lados del coche: Abadía Retuerta, Viña Mayor, Arzuaga (con otro estupendo y reciente hotel, www.arzuaganavarro.com), Vega Sicilia, Hacienda Abascal (que inaugurará su zona de alojamiento este otoño)…
La meta de nuestro itinerario está en el castillo de Peñafiel, donde se instaló en 1999 el Museo Provincial del Vino, buen lugar para degustar alguno de los caldos de la zona y empaparse de historia. La organización de los viñedos en pagos, en la Edad Media; el desarrollo de este mundo, o sus crisis, como la de la filoxera; el nacimiento de las grandes bodegas, de mitos como el de Vega Sicilia (1864), y así hasta hoy, cuando los viticultores buscan en el enoturismo otra forma de mostrar sus productos, de compartir los escenarios de sus vidas.


Hoja de ruta
Dormir. Haciendas de España ha comenzado en los Arribes su proyecto de instalar pequeños hoteles junto a sus bodegas. Hacienda Zorita (75 a 110 euros la doble) y Hacienda Unamuno (80) derrochan encanto. 902 109 902.
Museo del Vino. En el castillo de Peñafiel, Valladolid. Organizan degustaciones comentadas. Cierra los lunes. 983 88 11 99 / www.museodelvinodevalladolid.es.
Crucero en el Duero. A las 17.00 horas. Fines de semana, también a las 12.00 h. En Miranda do Douro. 980 55 75 57.
Para leer. «2050. Guía del turismo del vino en España». Rutas, bodegas, enotecas, museos, tiendas.... Ed. Anaya.

1 Comments:

At 6:36 p. m., Blogger Javier Rivera said...

Hola.
El viaje en barco que describes parece alucinante. Si que se nota que eres periodista...
Te escribo porque estoy haciendo una web de turismo de vino y me gustaría darla a conocer y saber qué piensa la gente de ella.
Te mando el link por si la quieres visitar, y por si alguna de sus rutas te puede servir en algún próximo viaje:
http://www.turismodevino.com

También tengo un blog asociado al tema:
http://turismodevino.blogspot.com

Lo siento... he utilizado la misma plantilla que tu...

Muchas Gracias.
Saludos,
Javier.

 

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