La vuelta al mundo

lunes, junio 05, 2006

Alemania, destino redondo

La selección española entrará en Leipzig por la puerta equivocada. O no, nunca se sabe. En cualquier caso, llegará en avión a un aeropuerto que aún huele a obras de reforma, en lugar de optar por el tren y apearse en la estación término más grande de Europa, una construcción apoteósica finalizada en 1915. Quizá la grandeza del edificio, en el que hoy conviven los andenes con un centro comercial de treinta mil metros cuadrados, podría haber inspirado nuestro juego. Los veintitrés de Luis Aragonés hubieran podido saborear sin pérdida de tiempo la historia de la ciudad. De Leipzig partió la primera conexión ferroviaria de largo recorrido en Alemania, en 1839. Y en la cercana Augustplatz, un espacio abierto en el que corta el aire, muy «estilo RDA», se agitó el movimiento de ruptura de 1989, la caída del Muro, la nueva vida.

Desde el City Hoch Haus, un rascacielos de veintinueve pisos, vemos en gran angular un horizonte que intenta cambiar pasado por futuro. El gris de los edificios de «Cortina rasgada» por el verde del parque Auwald que abraza la ciudad, también el estadio de fútbol. La cara de Lenin esculpida en hierro por la tecnología de Porsche, que ha convertido su fábrica en un interesante parque de atracciones. Nos lo enseña Cristina Mas, catalana, «la única guiri en plantilla», feliz de haber logrado una entrada para el España-Ucrania del día 14. «Las visitas se reservan por internet, pero esta vez somos conscientes de que habrá muchas personas que se presenten en la puerta para aprovechar su viaje. Intentaremos mostrarles el museo de coches históricos, la cadena de montaje (no se permite entrar con cámara de fotos, móvil ni ningún artefacto similar), los restaurantes o los circuitos de tierra y asfalto donde los clientes pueden probar vehículos o incluso apuntarse a una escuela de conducción, un día por 600 euros».

Llueve esta tarde sobre Leipzig, veinte grados menos que en muchos lugares de España. Y bajo ese chirimiri de primavera recorremos un centro histórico a menudo infravalorado, la ciudad ferial más antigua de Alemania (1497). De esos tiempos se conserva un puñado de escenarios para recorrer sin prisa, galerías en las que los negociantes mostraban su escaparate, hoy ocupadas por tiendas y restaurantes. Por ejemplo, el bellísimo Madler Passage, lleno de turistas que se fotografían delante de las estatuas de Fausto y Mefistófeles, los personajes de Goethe, que estudió Derecho en la Universidad local. A tiro de piedra aguarda la iglesia de Santo Tomás, donde reposan los restos de Bach, el santo y seña de un casco urbano en el que se respira música. Por cierto que aquí murió también Félix Mendelssohn, compositor de diferentes piezas inspiradas en «El sueño de una noche de verano», de Shakespeare. Un buen presagio para compensar lo de la estación, tal vez.

El ferrocarril es la mejor opción para la primera excursión del viaje. Vamos a Dessau, a unos ochenta kilómetros, la cuna del Bauhaus. Walter Gropius había fundado esta escuela de diseño en Weimar, en 1919, pero las tensiones provocadas en aquella ciudad conservadora le obligaron a hacer las maletas. En 1925, el grupo se instaló en Dessau, donde desarrolló sus ideas más atrevidas en todos los ámbitos creativos. Desde la silla de Kandinsky a las viviendas de los maestros o la escuela en sí misma, visitables en ambos casos. Gropius y sus seguidores creían en la importancia del color y en la funcionalidad de los objetos, en la belleza de líneas simples, como podemos observar en el restaurante Kornhaus, un mirador sobre el Elba creado por el arquitecto Carl Fieger.

Una vez aquí no se puede dejar de visitar el sueño faraónico de Leopoldo III (Friedrich Franz von Anhalt-Dessau). Los jardines y castillos que ordenó construir en la segunda mitad del siglo XVIII pueden ser un oasis más allá de la pasión del fútbol. Leopoldo III olvidó el ardor guerrero de su padre y abuelo al servicio de Prusia y se dedicó a reconducir el agua del Elba para crear un peculiar recorrido de canales y estanques, de jardines y palacetes. El conjunto más completo de los seis declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco es el de Wörlitz, a menos de veinte kilómetros de Dessau. En la iglesia de Wörlitz, por cierto, predicó Lutero en 1532.

Dresde, a una hora en tren de Leipzig, es nuestra siguiente parada. La capital del estado de Sajonia ha soportado durante décadas las consecuencias del bombardeo aliado en la última esquina de la Segunda Guerra Mundial, el 13 de febrero de 1945. Dicen que treinta mil personas pagaron con su vida aquel golpe que pretendía acabar con cualquier esperanza en las tropas nazis. «Dresde era la ciudad más bella, el alma de Alemania, por eso la elegieron», opina Christoph Münch, portavoz del turismo local. Sesenta años después, la recuperación es asombrosa. En octubre de 2005 se volvió a abrir una de las últimas joyas destruidas por las bombas, la catedral protestante (la Frauenkirche). Cientos de personas guardaban cola el pasado sábado para contemplar de cerca el nuevo aspecto del símbolo.

La cúpula de esta iglesia forma parte del deslumbrante «sky line» de Dresde, un despliegue de tesoros arquitectónicos que subrayan el curso del Elba. En el agua, los barcos de cruceros, que realizan itinerarios hasta la cercana República Checa —Praga está a 150 km—, empiezan a desperezarse tras el invierno. Y junto a la orilla, la Academia de Bellas Artes, el primer parlamento de Sajonia, la Ópera, la pinacoteca (con obras de Raffael, Canaleto, Rubens, Rembrandt, Murillo o Goya), la iglesia católica... Los turistas cruzan en peregrinación el puente que conduce hacia el casco histórico y la Hauptstrasse, abarrotada a media tarde, con un ligero aroma a salchichas en el aire.

En el centro de la ciudad está la exposición de los tesoros de Federico Augusto II, Príncipe elector de Sajonia y Rey de Polonia. Mucho de lo que es Dresde tiene que ver con Augusto el Fuerte (1670-1733), excéntrico personaje obsesionado con la arquitectura, el arte y la buena vida. Un millar de esos objetos ya pueden verse en la Grünes Gewölbe, pero el 15 de septiembre se inaugurará la colección al completo. Estos días terminan las obras. Después del verano, cuando llegue la calma tras la tempestad futbolística, la exposición será una excusa para volver.

Lo que hay que ver
La estrella Michelin. El restaurante del «Hotel Bülow» tiene la única estrella Michelin de Dresde. El hotel, instalado en un edificio del siglo XVIII y reformado en los años 90, pertenece a la cadena Relais & Chateaux. 49 351 800 30 .
Los ángeles de Raffael. La galería de Dresde es un tesoro para los aficionados a la pintura. Entre las obras maestras que aquí se exponen está la Madonna de Raffael, un cuadro conocido por los ángeles que contemplan la escena.
El museo Porsche. La fábrica donde se monta el Cayenne, pero también museo, escuela de conducción, restaurante. Está en las afueras de Leipzig.
Las casas de Kandinsky y Klee. En Dessau se hizo famosa la escuela Bauhaus. Entre los edificios creados por aquel grupo de artistas destacan las casas de los siete maestros del movimiento, por ejemplo Kandinsky y Klee.
El paseo romántico. Los parques y castillos cercanos a Dessau son Patrimonio de la Humanidad. El mejor ejemplo, el de Wörlitz. Un hotel a tono, el «Landhaus».
El viaje. Lufthansa tiene varias opciones para ir a Leipzig o Dresde vía Múnich o Fráncfort. 902 220 101 / www.lufthansa.com
Más información. Oficina de turismo alemán: 91 429 35 51 / www.alemania-turismo.com.