Viajeras de otro mundo
A principios de siglo XX, las mujeres no hacían la maleta y recorrían mundo. Karen Blixen (o Isak Dinesen, el seudónimo con el que firmó sus obras más conocidas, como «Memorias de África») fue un ejemplo de osadía y fuerza de voluntad. Durante diecisiete años, África fue su casa. Tras su regreso a Dinamarca, al mundo de lujo que había abandonado, se convirtió en una escritora de fama mundial. Un documental estrenado esta semana en Copenhague repasa la vida de una aventurera de otra época
Al final de sus días tenía un aire a Greta Garbo, vestida de negro, con unos dedos larguísimos de los que, a menudo, colgaba un cigarrillo humeante. Era un alfiler de apariencia frágil, casi anoréxica, como si en cualquier momento pudiera romperse en mil pedazos. Tenía la cara tallada a cuchilladas, con varias autopistas de arrugas marcadas en cada mejilla, y unos ojos inmensos, esa clase de ojos que lo han visto todo. Al final de sus días, Karen Blixen (1885-1962) recogía flores en el cuidadísimo jardín de su casa, en la costa, a cuarenta minutos de Copenhague, y quizá repasaba su vida, tan singular en una representante de la clase adinerada de la Europa de principios de siglo.
Meryl Streep fue Karen Blixen en «Memorias de África», la película que afianzó la leyenda de una dama nórdica que antes de cumplir los treinta desembarcó en el puerto de Mombasa, se trasladó a Nairobi y decidió quedarse durante mucho, mucho tiempo. Ahora, la actriz estadounidense ha empujado la producción de un gran documental sobre la vida de la escritora danesa. Lo presenta, lo avala, mientras se le iluminan los ojos cuando habla de la aventura que le proporcionó un Oscar y uno de los mayores éxitos de su carrera. El lunes, en Copenhague, durante la première de este trabajo, la vida de las dos mujeres se cruzaba como la lana en un jersey.
Karen Blixen (o Isak Dinesen, su seudónimo más conocido, con el que publicó «Out of Africa» en Estados Unidos) tiene la categoría de mito en Dinamarca. Encontramos su rastro a cada paso. Uno de los bares del aeropuerto lleva su nombre. Y uno de los restaurantes del Tívoli, el decadente y romántico parque de atracciones del centro de la ciudad, ha sido decorado con sus textos. La presentación del documental «Karen Blixen, Out of this World» también refleja el entusiasmo local por aquella vida que algunos pudieron calificar de alocada, y otros, de vertiginosa y emocionante. Así la ve, por ejemplo, Michael Laudrup, el futbolista de seda, una de las estrellas que participaron en la fiesta, que nos ayudaron a hacer memoria...
La historia empezó en 1914. La hija inquieta y nada conformista de un «business man y terrateniente danés» (la definición la aporta Marianne Wirenfeldt Asmussen, directora del Karen Blixen Museum) tomó un par de decisiones de esas que dan la vuelta al calcetín de la vida. Utilizó su abundante cuenta bancaria para casarse con su primo, el barón Bror von Blixen-Finecke, y para instalarse en el corazón de África, en un terreno situado a unos quince kilómetros de Nairobi, rodeada de campamentos de kikuyus y masais. «Yo tenía una granja en África…», repetía Meryl Streep al comienzo de la película de Sydney Pollack.
El anzuelo de África. «Desde el primer día amé el paisaje, los animales, y, sobre todo, a los nativos», explica la escritora en una de las entrevistas que recoge el documental que han dirigido y producido Anna von Lowzow y Marcus Mandal. El anzuelo de África le enganchó sin remedio, como les ocurrió a otros muchos viajeros europeos a finales del siglo XIX y principios del XX, en unas décadas turbulentas en las que las potencias occidentales cuarteaban el mapa y los aventureros hallaban un inmenso territorio para disfrutar, para cazar, para respirar a pleno pulmón. Karen, quizá, buscaba algo de eso, un horizonte diferente. Calor donde había frío.
Porque en Dinamarca hace frío, aunque no el pasado martes por la mañana, cuando el sol bañaba la ciudad. El coche que nos conducía desde Andersen Bulevard [este año se celebra también el bicentenario del nacimiento del escritor], en el centro de Copenhague, hasta Rungstedlund, la casa-museo de Karen Blixen, nos permitía descubrir una bellísima zona residencial pegada al mar de Oresund. A lo lejos, a la derecha, la costa de Suecia, unida a Dinamarca por un puente. A la izquierda, casas de cuento rodeadas de inmensos jardines, cristaleras generosas y coches de sesenta mil euros. La residencia de la familia de Karen Blixen, el equivalente a tres casas unidas, tiene forma de «ele», paredes blancas, tejas rojas, vistas sobre el puerto, hoy atestado de barcos, y, a su espalda, el jardín, un pequeño estanque y un bosque tan tupido que no deja ver el cielo. Al final de un sendero, al pie de un haya sin duda varias veces centenaria, está la tumba de la escritora.
El cazador y el infiel. Puertas adentro, los visillos blancos descansan sobre la madera del suelo. Sólo en el despacho en el que Karen Blixen aporreaba con los dedos índices una máquina de escribir Corona, junto a una ventana con vistas al mar, vemos rastros de su pasado africano: lanzas cruzadas, escudos de guerreros masais, un par de rifles con aspecto de haber disparado más de una vez y fotos de Denys Finch Hutton, el cazador y aventurero que enamoró a la aristócrata danesa, desengañada por las infidelidades de su marido. En otra pared cuelgan algunos de los cuadros que pintó durante su estancia en África (1914-1931): un viejo hombre kikuyu, por ejemplo, óleo fechado en 1923. O el rostro de Abdullahi Ahamed, uno de los niños que trabajaron en aquella plantación de café construida como un oasis entre la vida salvaje de Kenia.
Tumbo, el niño que trabajaba en la granja africana, tiene hoy ochenta y seis años. Llega al estreno del documental, en el que por supuesto participa, enfundado en un traje oscuro, unas botas ocres de safari y un par de banderas que agita sin parar, feliz, la de Dinamarca y la de Kenia, dos paisajes extremos. Tumbo habla despacio de los años en que empezó todo: la plantación de café, el esfuerzo titánico de Karen mientras el barón «iba y venía, desaparecía», el asombro con el que los kikuyu contemplaban los trabajos de una mujer procedente de algún lugar extraño, al norte del norte, la avioneta en la que un día aterrizó Finch Hutton y con la que se estrellaría años después. «¿La avioneta? Oh, oh, oh…», bromea al recordar los vuelos de los amantes sobre la sabana.
Safari con Mozart. Karen Blixen invirtió todo su dinero en su escapada africana, que estuvo a punto de terminar demasiado pronto. La primera Guerra Mundial, que también afectó al continente negro; la sífilis que le contagió su marido y que le obligó a regresar a Dinamarca durante un tiempo, para tratarse con arsénico, el golpe de saber que no podría tener hijos... Y, sin embargo, regresó en cuanto pudo a aquel territorio de paisajes infinitos recién descubiertos. Poco a poco se alejó de su marido y se acercó al cazador, descubrió los animales, los safaris, su independencia y su capacidad de luchar, su gusto insaciable por los cuentos y por la música clásica… «Iba a los safaris con el gramófono y algún disco de Mozart», dice Tumbo.
En la granja, mientras vigilaba la cosecha de café, escribió parte de su primer libro, «Seven Gothic Tales» (1934). En realidad, ella siempre había contado cuentos, pero hasta entonces sólo había publicado algunos relatos en periódicos de su país. Luego vendrían «Memorias de África» (1938), «Cuentos de invierno» (1942)… En 1954, cuando Ernest Hemingway recibió el premio Nobel, dejó caer con modestia que hubiera preferido que se lo dieran «a la maravillosa escritora Isak Dinesen».
Durante diecisiete años, «la baronesa» Blixen fue creando una leyenda en torno a una plantación de café, a un estilo de vida, a un carácter rocoso y áspero a veces, y evanescente y sutil en otras ocasiones. Su pasión conquistó a la población local, que le ayudó a sacar adelante la granja y las cosechas, hasta que el colapso del mercado del café puso el punto y final a su aventura, en 1931. Habían pasado diecisiete años, una eternidad lejos de la nieve y el verde, del frío, de las fiestas de la alta sociedad danesa.
Cita con Marilyn. Con el regreso a las comodidades de Rungstedlund empezó su otra vida, la de la estrella de la literatura. Sus trabajos fueron recibidos con entusiasmo, sobre todo en Estados Unidos, donde en seguida eligieron sus cuatro primeros libros como «Book of the Month». Su popularidad le llevó a compartir mesa en Nueva York, en 1952, con el matrimonio formado por Marilyn Monroe y Arthur Miller, a estar en boca de escritores y críticos, y, al cabo de los años, a conseguir tres sonoras adaptaciones cinematográficas de sus novelas y relatos: «Memorias de África» (Sydney Pollack), «El festín de Babette» (Gabriel Axel) y «Una historia inmortal» (Orson Welles).
El documental presentado esta semana en Copenhague, que en los próximos meses desfilará por las televisiones de diferentes países, cierra de alguna manera el círculo de imágenes y palabras de una «aventurera de otro mundo», de un tiempo en el que las mujeres no se dedicaban a hacer safaris en la sabana africana. No lo hacían, salvo algunos ejemplos de vidas rebeldes, de caracteres indomables, que se liaron la manta a la cabeza y se embarcaron en busca de un nuevo principio. Karen Blixen-Isak Dinesen fue una de ellas.