La vuelta al mundo

viernes, septiembre 16, 2005

Viajeras de otro mundo

A principios de siglo XX, las mujeres no hacían la maleta y recorrían mundo. Karen Blixen (o Isak Dinesen, el seudónimo con el que firmó sus obras más conocidas, como «Memorias de África») fue un ejemplo de osadía y fuerza de voluntad. Durante diecisiete años, África fue su casa. Tras su regreso a Dinamarca, al mundo de lujo que había abandonado, se convirtió en una escritora de fama mundial. Un documental estrenado esta semana en Copenhague repasa la vida de una aventurera de otra época


Al final de sus días tenía un aire a Greta Garbo, vestida de negro, con unos dedos larguísimos de los que, a menudo, colgaba un cigarrillo humeante. Era un alfiler de apariencia frágil, casi anoréxica, como si en cualquier momento pudiera romperse en mil pedazos. Tenía la cara tallada a cuchilladas, con varias autopistas de arrugas marcadas en cada mejilla, y unos ojos inmensos, esa clase de ojos que lo han visto todo. Al final de sus días, Karen Blixen (1885-1962) recogía flores en el cuidadísimo jardín de su casa, en la costa, a cuarenta minutos de Copenhague, y quizá repasaba su vida, tan singular en una representante de la clase adinerada de la Europa de principios de siglo.

Meryl Streep fue Karen Blixen en «Memorias de África», la película que afianzó la leyenda de una dama nórdica que antes de cumplir los treinta desembarcó en el puerto de Mombasa, se trasladó a Nairobi y decidió quedarse durante mucho, mucho tiempo. Ahora, la actriz estadounidense ha empujado la producción de un gran documental sobre la vida de la escritora danesa. Lo presenta, lo avala, mientras se le iluminan los ojos cuando habla de la aventura que le proporcionó un Oscar y uno de los mayores éxitos de su carrera. El lunes, en Copenhague, durante la première de este trabajo, la vida de las dos mujeres se cruzaba como la lana en un jersey.

Karen Blixen (o Isak Dinesen, su seudónimo más conocido, con el que publicó «Out of Africa» en Estados Unidos) tiene la categoría de mito en Dinamarca. Encontramos su rastro a cada paso. Uno de los bares del aeropuerto lleva su nombre. Y uno de los restaurantes del Tívoli, el decadente y romántico parque de atracciones del centro de la ciudad, ha sido decorado con sus textos. La presentación del documental «Karen Blixen, Out of this World» también refleja el entusiasmo local por aquella vida que algunos pudieron calificar de alocada, y otros, de vertiginosa y emocionante. Así la ve, por ejemplo, Michael Laudrup, el futbolista de seda, una de las estrellas que participaron en la fiesta, que nos ayudaron a hacer memoria...

La historia empezó en 1914. La hija inquieta y nada conformista de un «business man y terrateniente danés» (la definición la aporta Marianne Wirenfeldt Asmussen, directora del Karen Blixen Museum) tomó un par de decisiones de esas que dan la vuelta al calcetín de la vida. Utilizó su abundante cuenta bancaria para casarse con su primo, el barón Bror von Blixen-Finecke, y para instalarse en el corazón de África, en un terreno situado a unos quince kilómetros de Nairobi, rodeada de campamentos de kikuyus y masais. «Yo tenía una granja en África…», repetía Meryl Streep al comienzo de la película de Sydney Pollack.

El anzuelo de África. «Desde el primer día amé el paisaje, los animales, y, sobre todo, a los nativos», explica la escritora en una de las entrevistas que recoge el documental que han dirigido y producido Anna von Lowzow y Marcus Mandal. El anzuelo de África le enganchó sin remedio, como les ocurrió a otros muchos viajeros europeos a finales del siglo XIX y principios del XX, en unas décadas turbulentas en las que las potencias occidentales cuarteaban el mapa y los aventureros hallaban un inmenso territorio para disfrutar, para cazar, para respirar a pleno pulmón. Karen, quizá, buscaba algo de eso, un horizonte diferente. Calor donde había frío.

Porque en Dinamarca hace frío, aunque no el pasado martes por la mañana, cuando el sol bañaba la ciudad. El coche que nos conducía desde Andersen Bulevard [este año se celebra también el bicentenario del nacimiento del escritor], en el centro de Copenhague, hasta Rungstedlund, la casa-museo de Karen Blixen, nos permitía descubrir una bellísima zona residencial pegada al mar de Oresund. A lo lejos, a la derecha, la costa de Suecia, unida a Dinamarca por un puente. A la izquierda, casas de cuento rodeadas de inmensos jardines, cristaleras generosas y coches de sesenta mil euros. La residencia de la familia de Karen Blixen, el equivalente a tres casas unidas, tiene forma de «ele», paredes blancas, tejas rojas, vistas sobre el puerto, hoy atestado de barcos, y, a su espalda, el jardín, un pequeño estanque y un bosque tan tupido que no deja ver el cielo. Al final de un sendero, al pie de un haya sin duda varias veces centenaria, está la tumba de la escritora.

El cazador y el infiel. Puertas adentro, los visillos blancos descansan sobre la madera del suelo. Sólo en el despacho en el que Karen Blixen aporreaba con los dedos índices una máquina de escribir Corona, junto a una ventana con vistas al mar, vemos rastros de su pasado africano: lanzas cruzadas, escudos de guerreros masais, un par de rifles con aspecto de haber disparado más de una vez y fotos de Denys Finch Hutton, el cazador y aventurero que enamoró a la aristócrata danesa, desengañada por las infidelidades de su marido. En otra pared cuelgan algunos de los cuadros que pintó durante su estancia en África (1914-1931): un viejo hombre kikuyu, por ejemplo, óleo fechado en 1923. O el rostro de Abdullahi Ahamed, uno de los niños que trabajaron en aquella plantación de café construida como un oasis entre la vida salvaje de Kenia.

Tumbo, el niño que trabajaba en la granja africana, tiene hoy ochenta y seis años. Llega al estreno del documental, en el que por supuesto participa, enfundado en un traje oscuro, unas botas ocres de safari y un par de banderas que agita sin parar, feliz, la de Dinamarca y la de Kenia, dos paisajes extremos. Tumbo habla despacio de los años en que empezó todo: la plantación de café, el esfuerzo titánico de Karen mientras el barón «iba y venía, desaparecía», el asombro con el que los kikuyu contemplaban los trabajos de una mujer procedente de algún lugar extraño, al norte del norte, la avioneta en la que un día aterrizó Finch Hutton y con la que se estrellaría años después. «¿La avioneta? Oh, oh, oh…», bromea al recordar los vuelos de los amantes sobre la sabana.

Safari con Mozart. Karen Blixen invirtió todo su dinero en su escapada africana, que estuvo a punto de terminar demasiado pronto. La primera Guerra Mundial, que también afectó al continente negro; la sífilis que le contagió su marido y que le obligó a regresar a Dinamarca durante un tiempo, para tratarse con arsénico, el golpe de saber que no podría tener hijos... Y, sin embargo, regresó en cuanto pudo a aquel territorio de paisajes infinitos recién descubiertos. Poco a poco se alejó de su marido y se acercó al cazador, descubrió los animales, los safaris, su independencia y su capacidad de luchar, su gusto insaciable por los cuentos y por la música clásica… «Iba a los safaris con el gramófono y algún disco de Mozart», dice Tumbo.

En la granja, mientras vigilaba la cosecha de café, escribió parte de su primer libro, «Seven Gothic Tales» (1934). En realidad, ella siempre había contado cuentos, pero hasta entonces sólo había publicado algunos relatos en periódicos de su país. Luego vendrían «Memorias de África» (1938), «Cuentos de invierno» (1942)… En 1954, cuando Ernest Hemingway recibió el premio Nobel, dejó caer con modestia que hubiera preferido que se lo dieran «a la maravillosa escritora Isak Dinesen».

Durante diecisiete años, «la baronesa» Blixen fue creando una leyenda en torno a una plantación de café, a un estilo de vida, a un carácter rocoso y áspero a veces, y evanescente y sutil en otras ocasiones. Su pasión conquistó a la población local, que le ayudó a sacar adelante la granja y las cosechas, hasta que el colapso del mercado del café puso el punto y final a su aventura, en 1931. Habían pasado diecisiete años, una eternidad lejos de la nieve y el verde, del frío, de las fiestas de la alta sociedad danesa.

Cita con Marilyn. Con el regreso a las comodidades de Rungstedlund empezó su otra vida, la de la estrella de la literatura. Sus trabajos fueron recibidos con entusiasmo, sobre todo en Estados Unidos, donde en seguida eligieron sus cuatro primeros libros como «Book of the Month». Su popularidad le llevó a compartir mesa en Nueva York, en 1952, con el matrimonio formado por Marilyn Monroe y Arthur Miller, a estar en boca de escritores y críticos, y, al cabo de los años, a conseguir tres sonoras adaptaciones cinematográficas de sus novelas y relatos: «Memorias de África» (Sydney Pollack), «El festín de Babette» (Gabriel Axel) y «Una historia inmortal» (Orson Welles).

El documental presentado esta semana en Copenhague, que en los próximos meses desfilará por las televisiones de diferentes países, cierra de alguna manera el círculo de imágenes y palabras de una «aventurera de otro mundo», de un tiempo en el que las mujeres no se dedicaban a hacer safaris en la sabana africana. No lo hacían, salvo algunos ejemplos de vidas rebeldes, de caracteres indomables, que se liaron la manta a la cabeza y se embarcaron en busca de un nuevo principio. Karen Blixen-Isak Dinesen fue una de ellas.

domingo, septiembre 11, 2005

Turistas del vino

En España se venden miles de marcas de vinos. Ante esta avalancha embotellada, los bodegueros han hallado una nueva forma de diferenciarse: el enoturismo. La oferta de hoteles con encanto y catas en un mar de vides llega ahora a los Arribes del Duero, en la frontera entre España y Portugal, un deslumbrante parque natural por el que el gran río viaja encajonado camino de Oporto. Los días de la vendimia (aquí, a principios de octubre) son una buena ocasión para organizar una escapada



El barco se desliza con un silencio respetuoso sobre las aguas del Duero. En sus tripas transporta turistas, unos cincuenta mil cada año, y también un laboratorio pensado para escrutar la vida alrededor del agua. Los motores insonorizados y la cámara de infrarrojos permiten a los expertos de la Estación Biológica Internacional brujulear, incluso de noche, a oscuras, entre águilas reales, alimoches y cigüeñas negras, que tienen su hogar en estos acantilados de doscientos metros de alto. «El proyecto turístico "alimenta" el científico», explica David Salvador, responsable de la empresa. Los viajeros que se embarcan en Miranda do Douro, en la frontera portuguesa, pagan con su billete proyectos como el de conservación del águila Bonelli, la educación ambiental de grupos de escolares o el estudio de la fauna nocturna, en colaboración con la SEO.
En Miranda do Douro, en el corazón de los Arribes, puede empezar o terminar un recorrido de sumas. Investigación más naturaleza. Vino más turismo. Porque ya se sabe que el Duero es el río del vino, tanto en el tramo portugués como en el español, en el corazón de la Denominación de Origen Ribera del Duero. Y ahora, también, en los Arribes, en un territorio entre Salamanca y Zamora, cerca del brazo caudaloso del Tormes y del enorme y hoy desoladoramente vacío pantano de la Almendra.
El crucero entre los acantilados es el aperitivo de la escapada. Durante seis kilómetros nos acompañan los riscos y el vuelo de las rapaces, el silencio casi religioso en la inmensidad de este espacio natural. Al contrario de lo que vemos cuando el cauce se aproxima a Oporto, en esta zona no hay viñas. El espectáculo de las uvas maduras, casi listas para la vendimia, empezará un poco más tarde, camino de Fermoselle, en Zamora, o de Ledesma, un bellísimo pueblo amurallado a una decena de kilómetros de Salamanca. «En los Arribes se han instalado pocas bodegas —dice David Gutiérrez, enólogo—, pero ya llegarán, porque es evidente que aquí se puede hacer buen vino».
Hacienda Unamuno, cerca de Fermoselle, nos sirve como ejemplo. En estas tierras zarandeadas por temperaturas extremas, la Castilla que hiela o arde, una alfombra de suelos arenosos que no retienen el agua, fertilidad cero, se han plantado en los últimos cinco años setenta hectáreas de vides. Dice David Gutiérrez que esas condiciones, incluida la escasez de lluvia, dejan en manos de los enólogos la posibilidad de controlar «el estrés hídrico mediante el riego por goteo, al margen de los caprichos del cielo. La tecnología ha cambiado las cosas: en las plantaciones nuevas se logran vinos excelentes».
Tras las viñas llegó la bodega y, a continuación, un pequeño hotel, de cuatro habitaciones, conjunto ideado por Nacho Lliso, músico que lució en el escaparate pop de los ochenta (Esclarecidos) y que ahora se dedica a la arquitectura. En este mar de calma es fácil encontrar una definición de enoturismo: al abrir las ventanas, vemos los campos llenos de uvas, la puerta de entrada a la bodega, y hasta la mesa de catas, en la que esta mañana se entretienen dos viajeros británicos que sonríen satisfechos. Vista, olor y gusto trabajan a pleno rendimiento. Ese es el menú que empieza a atraer a miles de viajeros, aunque el fenómeno todavía está lejos de la organización casi perfecta que encontramos en California [www.napavalley.com].
Un estudio presentado hace unos meses en La Rioja por Eduardo Álvarez y Joseba Ezpeleta, de Ikerfel, cifraba en dos millones de españoles los potenciales interesados en el enoturismo. «Es un mercado importante, en expansión, innovador, que va a más —explica Ezpeleta—. Turismo cultural, gastronómico y vino son conceptos en alza, aunque estamos en el principio del camino. El turista mayoritario busca hoy por hoy visitar bodegas, comprar botellas, tapear y probar algún vino. Pero hay además una punta de lanza que quiere ir más allá, visitar el viñedo, practicar actividades deportivas, como rutas a caballo o en bici, hablar con enólogos, dormir en alojamientos temáticos, dentro de las haciendas, hacer cursos de cata… La Rioja, Cataluña, el Duero, Andalucía y Galicia encabezan esta marea».
En el caso del Duero, se dice que pueden visitarse casi el 70 por ciento de las bodegas, y en algún caso dormir en hoteles, aunque no es fácil encontrar uno como «Hacienda Zorita», cerca de Salamanca. Fue convento de los dominicos en el siglo XIV, alojó a Cristóbal Colón, sobrevivió como molino, y, hace unos años, después de que lo comprara Caja Duero, renació como alojamiento decorado con piedras y maderas. Un caz del Tormes cruza bajo sus habitaciones, junto a las bodegas, de reserva y de crianza, y el viñedo. Aquí se entiende mejor aquella frase de Alejandro Dumas: «El vino es la parte intelectual de la comida. Los alimentos son sólo la parte material».
El recorrido que arrancó en Miranda do Douro, Portugal, continúa en Ledesma, enclave amurallado medieval, perfecto mirador sobre los campos castellanos. Muy cerca, Salamanca y su plaza, que celebra su 250 aniversario. Y más allá, Valladolid, y la N-122, el corazón tradicional de la Denominación de Origen Ribera del Duero [www.riberadelduero.es]. En cincuenta kilómetros, hasta Peñafiel, la carretera se convierte en el decorado de «Entre copas». Viñedos y bodegas desfilan a ambos lados del coche: Abadía Retuerta, Viña Mayor, Arzuaga (con otro estupendo y reciente hotel, www.arzuaganavarro.com), Vega Sicilia, Hacienda Abascal (que inaugurará su zona de alojamiento este otoño)…
La meta de nuestro itinerario está en el castillo de Peñafiel, donde se instaló en 1999 el Museo Provincial del Vino, buen lugar para degustar alguno de los caldos de la zona y empaparse de historia. La organización de los viñedos en pagos, en la Edad Media; el desarrollo de este mundo, o sus crisis, como la de la filoxera; el nacimiento de las grandes bodegas, de mitos como el de Vega Sicilia (1864), y así hasta hoy, cuando los viticultores buscan en el enoturismo otra forma de mostrar sus productos, de compartir los escenarios de sus vidas.


Hoja de ruta
Dormir. Haciendas de España ha comenzado en los Arribes su proyecto de instalar pequeños hoteles junto a sus bodegas. Hacienda Zorita (75 a 110 euros la doble) y Hacienda Unamuno (80) derrochan encanto. 902 109 902.
Museo del Vino. En el castillo de Peñafiel, Valladolid. Organizan degustaciones comentadas. Cierra los lunes. 983 88 11 99 / www.museodelvinodevalladolid.es.
Crucero en el Duero. A las 17.00 horas. Fines de semana, también a las 12.00 h. En Miranda do Douro. 980 55 75 57.
Para leer. «2050. Guía del turismo del vino en España». Rutas, bodegas, enotecas, museos, tiendas.... Ed. Anaya.